Desde el tercer piso del edificio naranja que da hacia la plaza me parecen menos lejanas. Se ven bien así: en los días de sol en que amanecen blancas, como vestidas para sus nupcias, me gusta caminar a casa, cansado por la noche, con el rostro descubierto. El aire frío me despierta la cara, me hacen pensar en la leña, la estufa y la cocina, en las largas noches de invierno frente al fuego.
Hace rato, mientras veía por la ventana, pasó una pareja de jóvenes enamorados: también ellos se detuvieron a contemplarlas.
Entre las torres y las tejas las observo, silenciosas. Son discretas: siempre están ahí. Me pregunto si un día, al amanecer, se irán definitivamente.
Me gustan las montañas; me recuerdan, en los días de frío, que no hay invierno que no se transforme in primavera.