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Del adiós II

Iba en el tren de las 14.58 de Trieste a Pordenone, perdido en mis pensamientos y mirando por la ventana. Iba abriendo, como siempre, ventanitas en mi mente, conectando misteriosamente los más absurdos pensamientos entre sí.

Se había sentado frente a mí, poco antes de partir, una jovencita extranjera con una valija enorme. La observé discretamente. Lanzaba miradas nerviosas hacia todas partes. Parecía uno de esos cervatillos inexpertos, indefensos y recelosos que cuando bajan a beber al manantial no dejan de vigilar la maleza, temerosos de que algún un lobo salte y los devore. Nunca he sido bueno para calcular la edad de las mujeres, pero no creo que sobrepasara los 20.

El tren corría silencioso. Durante el viaje, la extranjera siguió lanzándome miradas furtivas, como para comprobar que yo no la estuviera mirando. De verdad parecía un venadito.

Tratando de no asustarla, la observé con mayor atención. Llevaba un vestido sencillo de verano, con los hombros descubiertos. Su cabellera clarísima terminaba en dos largas y gruesas trenzas. Más que un venadito me parecía ahora una antigua campesina de algún campo del norte de Europa.

Me puse a imaginarla así, tan joven, con sus ojos asustados y temerosa de perder sus ovejas. O, quizás, acostándose en la hierba para observar el cielo claro de un día de primavera. ¿Qué forma tendrán sus nubes, allá en lo alto?

Traté de entrar en su mente imaginaria. ¿En qué pensaría esta chica? ¿Qué podría saber ella, con sus pocos años, sobre el mundo y sobre el amor? ¿Y qué habrá aprendido ya acerca de la tristeza, de la melancolía, y de las cosas que un día prometieron ser y luego no fueron?

En su simple y fácil modo de ver el mundo, ¿sería la campesina capaz de albergar en su corazón algo tan grande como lo que llevo ahora dentro?

Aún más: ¿sería esta niña capaz de dibujar el mundo de esa forma tan bonita, de hacerlo tan hermoso a través de su mirada, de pintarlo con esos colores tan brillantes y tan cálidos… es decir, sabría ella mostrarme el mundo como un tiempo lo hacías tú?

Me puse los lentes de sol y giré rápido la cabeza hacia la ventana, justo un segundo antes de que la extranjera volteara a verme. Creo que no alcanzó a ver mis lágrimas.

Entre lentes y nubes, y ventanas y horizontes, escondí mis ojos por el resto del viaje.

26 agosto 2023

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